Schopenhauer, A., El mundo como voluntad y representación I, trad. de Pilar López. Madrid: Trotta, 2016, pp. 100-101.
Con todo esto se nos plantea cada vez más de cerca la cuestión de cómo conseguir la certeza, cómo se han de fundamentar los juicios, en qué consiste el saber y la ciencia que, junto con el lenguaje y el obrar reflexivo, ensalzamos como el tercer gran privilegio que ofrece la razón.
La razón es de naturaleza femenina: solo puede dar después de haber recibido. Por sí sola no posee más que las formas vacías de su operar. Ni siquiera existe un conocimiento racional totalmente puro fuera de los cuatro principios a los que he atribuido verdad metalógica, o sea, los principios de identidad, contradicción, tercio excluso y razón suficiente del conocer. Pues el resto de la lógica no es ya un conocimiento racional totalmente puro, dado que supone relaciones y combinaciones de las esferas conceptuales: pero en general los conceptos no existen más que después de las representaciones intuitivas y toda su esencia está constituida por su relación con ellas, por lo que ya las suponen. Mas, dado que ese supuesto no se extiende al contenido determinado de los conceptos sino solo a su existencia en general, la lógica puede ser considerada como una ciencia pura de la razón. En todas las demás ciencias la razón ha recibido el contenido de las representaciones intuitivas: en la matemática, de las relaciones del espacio y el tiempo intuidas antes de toda experiencia; en la ciencia natural pura, es decir, en aquello que conocemos antes de toda experiencia acerca del curso de la naturaleza, el contenido de la ciencia nace del entendimiento puro, es decir, del conocimiento a priori de la ley de la causalidad y su relación con aquellas intuiciones puras del espacio y el tiempo. En todas las demás ciencias, lo que no se tome de lo que acabo de citar pertenece a la experiencia. Saber en general significa que el espíritu tiene el poder de reproducir a voluntad los juicios que tienen su razón suficiente del conocer en algo fuera de ellos, es decir, que son verdaderos1. Así que solo el conocimiento abstracto es un saber; de ahí que este se halle condicionado por la razón y que, hablando con exactitud, no podamos decir de los animales que saben algo, si bien poseen el conocimiento intuitivo, también el recuerdo para uso de este y, justamente por eso, la fantasía que demuestra además la existencia de sueños en ellos. Les atribuimos conciencia [Bewußtsein], así que el concepto de la misma, aun cuando la palabra está tomada de «saber» [Wissen], coincide con el de la representación en general, del tipo que sea. Por eso también atribuimos vida a las plantas, pero no conciencia. -El saber es, pues, la conciencia abstracta, el fijar en conceptos de la razón lo conocido de otro modo.